Un hombre llamado Gabriel García Morales dio la vida por su fe, que nacía del catolicismo; las armas que le apuntaron no hicieron flaquear en ningún momento la creencia de un Dios y de una vida más allá de la muerte, a continuación, te contamos sus últimos momentos aquí en la Tierra, hecho real que sobrepasa cualquier relato de terror, y que registraron Severo García, en su libro ‘El Indio Gabriel’ y la tradición oral de los habitantes.
El 27 de agosto de 1929 en la Villa Benito Juárez más conocida como San Carlos, Macuspana, fuerzas garridista arribaron al lugar con el objetivo de convencer por la fuerza de las armas a sus pobladores, que renunciaran a su religión. El drama se desarrolló en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús y las casas contiguas.
La tragedia se comenzó a originar cuando Tomás Garrido creó el festival de la yuca para sustituir la festividad a San Carlos Borromeo. La decisión inconformó a los lugareños, quienes protestaron, entre ellos el mártir Gabriel. Se dirigieron a la iglesia para orar; pedir al Todopoderoso que revirtiera la situación, pero los rezos trajeron a la milicia al rústico edificio.
Soldados atacaron por todos los flancos
Los soldados entraron por los flancos izquierdo y derecho, el movimiento envolvente era para no dejar escapar a nadie; mujeres, niños, ancianos y hombres. El terror comenzó a apropiarse de los feligreses, sabían que eran sus últimos momentos en esta vida terrenal.
A pesar de la situación, hubo algunos que no se entregaron al miedo, como si fueran personas de una sola pieza, movidos por un poder sobrenatural, aconsejaron a Gabriel que se fuera. Estaban dispuestos a convertirse en carne de cañón. Efectivamente, se retiró, pero a recitar una oración en un lugar apartado.
Las tropas se acercaron, detuvieron su marcha a unos 15 metros, y una orden del superior comenzaron a disparar, la gente del pueblo que vio la atrocidad que se cometía se abalanzó contra los uniformados, llevaban palos, machetes, una que otra escopeta vieja y cualquier objeto punzocortante que sirviera para combatir; no había de otra, era matar o morir.
Aquellos pobladores que normalmente preferían el trabajo a los vicios, en ese momento se habían convertido en una turba feroz. Cuando se dirigían a los soldados otra fila apareció, el sonido de sus fúsiles resonó; después, cuerpos cayeron quedando regados en las cercanías del lugar santo.
¡Viva nuestra Señora Madre Santísima de Guadalupe!, un grito de ataque
El estruendo de las balas continuó, pero ahora contra la iglesia. Un grito se escuchó: ¡Viva nuestra Señora Madre Santísima de Guadalupe!, la frase fue dicha por un hombre con machete que desde la capilla se dirigía a la tropa, al mismo tiempo animaba a otros a seguir su ejemplo. Ambos grupos chocaron, comenzando una batalla cuerpo a cuerpo, el resultado, hicieron correr a los invasores, una voz firme, les ordenó que se detuvieran y tomaran sus puestos, nuevamente.
¡Viva el Lic. Garrido!
¡Viva el Lic. Garrido! Arengó, ya a esa hora la resistencia de los católicos había cesado, aún, así el tiroteo siguió hasta las cuatro de la tarde, la batalla había terminado, la última parte del triunfo fue el incendiar el lugar y las casas de los alrededores. Los cuerpos que yacían en ellas se quemaron
Las cifras indicaron que 17 murieron fuera de la iglesia y tres dentro del lugar. A estos últimos el Ejército no dejó que se acercaran a identificarlos, cuentan los relatos que no estaban muertos, heridos gravemente, pero dejaron que poco a poco se les escapara la vida, mientras entre los decesos se contaba el mártir, Gabriel. Su muerte en realidad significó un triunfo.